XII semana de Tiempo Ordinario – Domingo
No tengan miedo
Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas. No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena. ¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo. Ustedes tienen contados todos sus cabellos. No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros. Mt 10,27-31
La verdadera maldición del hombre es el miedo. Le tenemos miedo a la oscuridad, a un grito improviso, un telegrama que nos llega, un contrato de trabajo que se está venciendo, la cuenta bancaria que disminuye, cualquiera incertidumbre de la vida. Hoy en día le tenemos también miedo a casarnos y a engendrar a hijos. Los mass media no escatiman ocasiones para crear alarmismos: el fluctuar de la bolsa financiera, el progreso que no logramos controlar, la economía que no despega, los empleos que disminuyen, las reservas energéticas que se están agotando. Todo, también los acontecimientos felices logran crear un sentido de indeterminación y de miedo. Hace unos años, cuando yo trabajaba en la empresa Ansaldo, a uno de mis colaboradores le había nacido un hijo. En su oficina, durante todo el día, él se había sentido asaltado por pensamientos negativos: tendría que despertarse en las noches, al atardecer ya no podría salir para una diversión, las vacaciones en campamento vetadas. Al terminar el día laboral yo, que gracias a Dios tenía ya catorce hijos, para que él comprendiera lo absurdo de sus miedos, le dije: “No te preocupes, este tu hijo dámelo a mi y ya no hablamos más”. Me miró perplejo y se dio cuenta de que sus miedos no tenían algún sentido.
Un día Jesús, cuando ha hablado de los lirios del campo y de las aves del cielo, que no hilan ní cosechan y a pesar de ello el Padre celestial los alimenta, ha sacado a la luz nuestras angustias: «¿Qué vamos a comer?», «qué vamos a beber?, “con qué vamos a vestirnos?». En otra ocasión Él nos asegura: « En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo » (Jn 16,33). Si queremos saber de qué depende nuestro miedo, la respuesta es: el pecado. En la Biblia, el miedo aparece enseguida del pecado original: «Al oír la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín, se ocultaron de él, entre los árboles del jardín. Pero el Señor Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás ?». Oí tus pasos por el jardín, respondió él, y tuve miedo porque estaba desnudo. Por eso me escondí. El replicó: «¿Y quién te dijo que estabas desnudo? ¿Acaso has comido del árbol que yo te prohibí?» ( Gn 3,8-11). Después de aquel lejano acontecimiento, las Sagradas Escrituras exhortan continuamente al hombre a no tener miedo. La exhortación a no tener miedo es repetida 365 veces: una para cada día del año. El Papa Juan Pablo II lo ha repetido durante 26 años. Pero no estamos seguros de que la humanidad lo haya comprendido.