XI semana de Tiempo Ordinario – Domingo
La gratuidad del Reino
Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia. …A estos Doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones: «….Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente. Mt 9,36-10,1.5-8
Hablamos de evangelización. Lo hemos hecho otras veces, y de ella también la iglesia habla frecuentemente y en viariadas maneras. Se publican miles de exortaciones, comentarios bíblicos y reflexiones teológicas: homilías, meditaciones, cartas pastorales, encíclicas, retiros, simposios. Estas óptimas iniciativas, además, adquieren grande resonancia, gracias a losmodernos medios de difusión. Es innegable que el mundo necesite el mensaje evangélico y que vengan expulsados los demonios. El mal se cuela en todos los ámbitos de la actividad humana: en la familia, la escuela, la profesión, la política, la economía, y no está ausente ni siquiera en las comunidades eclesiales. Si juzgamos el arbor de los frutos, tienen que existir motivos profundos que hacen que la acción misionera de la iglesia sea tan inadecuada a derrotar el mal del mundo. Ya que evangelizar significa estar con el Señor en el monte e ir luego a anunciar el evangelio, ¿cual de estos dos momentos no es adecuado al resultado que se quiere alcanzar? O ¿se tiene que revisar el modo de ir o de prediacar? Después de haber reflexionado largamente, nos parece que todos los aspectos de la misión tienen que ser revisados, pero probablemente el que más resulta necesitado de refundación es el momento del estar juntos, nosotros y el Señor en el monte. Dicho con otras palabras, tenemos que reencontrar el espíritu de la iglesia primitiva: «Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Un santo temor se apoderó de todos ellos, porque los Apóstoles realizaban muchos prodigios y signos. Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común. Intimamente unidos, frecuentaban a diario el Templo » (At 2,42-46).
Claro está que el ambiente y el espíritu de la iglesia primitiva no pueden reproducirse en la universal de hoy en día, pero sí lo serían en la iglesia local. La evangelización no es un hecho individual: es el espíritu eclesial el motor de la misión, así como la oración en familia lo es para nuestra jornada.
Danos, Señor, comprender que la misión nace del estar junto entre nosotros y contigo.