VIII semana del Tiempo Ordinario – Viernes
El Señor pide frutos
Al día siguiente, cuando salieron de Betania, Jesús sintió hambre. Al divisar de lejos una higuera cubierta de hojas, se acercó para ver si encontraba algún fruto, pero no había más que hojas; porque no era la época de los higos. Dirigiéndose a la higuera, le dijo: «Que nadie más coma de tus frutos». Y sus discípulos lo oyeron. …. Al caer la tarde, Jesús y sus discípulos salieron de la ciudad. A la mañana siguiente, al pasar otra vez, vieron que la higuera se había secado de raíz. Pedro, acordándose, dijo a Jesús: «Maestro, la higuera que has maldecido se ha secado». Jesús respondió: «Tengan fe en Dios. Mc 11,12-22
Entre los muchos milagros de los que son ricos los Evangelios, el de hoy es un «contra-milagro», una maldición.Debido a que es la única señal de este tipo que hace Jesús, qiere decir que en este evento se encierra una gran lección. El milagro de la higuera que se secó, como consecuencia de las palabras de Jesús, es el último milagro de Jesús en el Evangelio de Marcos, por lo que el pasaje de hoy nos dice que, en un determinado momento, los signos del Señor se terminan y entonces el que no ha aceptado el mensaje del evangelio se queda estéril. Pero también nos dice que el mensaje debe ser recibido y manifestarse en los hechos concretos de la vida con frutos y no sólo en palabras. Hace algunos años, un misionero agustino en Perú, el Padre Giovanni Salerno, nos había informado sobre la necesidad de encontrar una familia que pudiera adoptar dos hermanos peruanos ya grandes, y uno de ellos también un poco enfermo. Empezamos a hablar de esto entre nuestros conocidos, tanto en público como en privado, y también lo había hecho saber en la radio durante una transmisión sobre el Evangelio del domingo, que en esos meses yo tenía . Como nadie se declaraba dispuesto a aceptar, nos preguntamos si, por casualidad, el Señor no nos estuviera pidiendo a nosotros que los adoptáramos, aunque en ese momento ya tuviéramos diez hijos. Con estos pensamientos en la mente, uno de esos días, subí a un avión con destino a Arabia Saudita, donde tenía que ir por motivos de trabajo. Durante el vuelo, después de echar un vistazo a algunos de los documentos que llevaba, como solía hacer para prepararme a la reunión que me esperaba, me había puesto a rezar en silencio para comprender lo que el Señor quería de nosotros respecto a la adopción de estos muchachos. Saqué la Biblia y el Señor me la hizo abrir justo en el pasaje de hoy: «Al día siguiente, cuando salieron de Betania, Jesús sintió hambre. Al divisar de lejos una higuera cubierta de hojas, se acercó para ver si encontraba algún fruto, pero no había más que hojas; porque no era la época de los higos. Dirigiéndose a la higuera, le dijo: «Que nadie más coma de tus frutos».»….”A la mañana siguiente, al pasar otra vez, vieron que la higuera se había secado de raíz. Pedro, acordándose, dijo a Jesús: «Maestro, la higuera que has maldecido se ha secado»». En ese momento yo estaba muy empeñado en la evangelización, en la radio y en los grupos de oración de la Renovación Carismática. Así que al final de la lectura, casi salté en el asiento: «Esta es la respuesta que el Señor me da! Mis palabras no son más que hojas, si no producen el fruto de las obras.” Cuando volví a casa, hablé con Ana María – que ya estaba acariciando en su corazón la alegría de una nueva adopción – y con nuestros hijos más grandes. Oramos juntos con insistencia, y un poco de tiempo después Luís y Edgar entraron a formar parte de nuestra familia.