Domingo de Pentecostés.
¡Paz a ustedes, paz a todos!
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan». Jn 20,19-23
Hoy el evangelio nos enseña algo muy importante: nos ayuda a reflexionar sobre nuestro modo de pensar. Jesús entró en el lugar donde se encontraban los discípulos, estando las puertas cerradas, porque tenían miedo de los judíos, agitados por la noticia de la resurrección. Entrando, Jesús los saludó diciendo: “Paz a ustedes”. En aquel casi tenían las puertas cerradas porue tenían miedo, pero hay otros motivos por los que los cristianos cierran las puertas y se encuentran para hacer oración a puertas cerradas, con frecuencia cierran las puertas del corazón. Participamos a la Misa del domingo con las puertas cerradas, como si estuviéramos en las catacumbas. Los motivos para esto pueden ser el cansancio, las preocupaciones, la frecuencia de los encuentros, la privacidad; pero el verdadero motivo es que no tenemos la consciencia que, cuando nos encontramos juntos en el nombre del Señor, Él está verdaderamente en medio de nosotros. Si fueréramos conscientes de esta verdad, podríamos ponernos a cantar y a alabar al Señor, abriendo de par en par las puertas y las ventanas. Si no tuviéramos esta íntima convicción, el canta y la oración podrían suscitarla. No hay cosa más bello y agradable que comenzar a cantar y alabar al Señor cuando estamos juntos: el corazón y la mente se abren, nos tomamos de la mano y nos sentimos hermanos en Cristo. Al final, cuando el encuentro de oración termina, con las puertas del corazón que se han abierto, podemos caminar de un modo diferente hacia nuestros empeños cotidianos del día, y encontramos a las personas con sus puertas cerradas. Y cuando entramos en nuestra oficina, en vez de saludarnos con el acostumbrado “buenos días”, podemos saludarnos con un sincero “Paz a ustedes”. Aunque no es posible ponernos a cantar y a alabar al Señor por la calle o en la metropolitana, o en la oficina, saludemos a las personas que encontramos con una sencilla sonrisa: las puertas se abrirán y viviremos nuestras relaciones cotidianas con las puertas bien abiertas. Abran las puertas a Cisto, como nos exhortó a hacer el Papa Juan Pablo II, quiere decir abrir las puertas a la gente y a la vida. Es una terapia social.