VI semana de Tiempo Ordinario – Viernes
El éxodo hacia la eternidad
Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará.¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con sus santos ángeles». Y les decía: «Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de haber visto que el Reino de Dios ha llegado con poder». Mc 8,34-9,1
Hemos quedado siempre fascinados por la aventura de los pioneros estadounidenses, que abandonando sus tierras,y todo lo que tenían, cargando sólo lo esencial sobre sus carretas, en caravanas, se dirigieron desde las costas atlánticas de América del norte hacia el oeste, con la
la esperanza de un futuro mejor. Es una imagen que emerge a menudo, cuando meditamos sobre el Libro del Éxodo, o cuando, abriendo esta página del Evangelio, el Señor nos pide que negándonos a nosotros mismos,y renunciando a todo, tomemos nuestra cruz sobre los hombros y lo sigamos. Hoy Jesús nos pide que dejemos todo para partir en un éxodo hacia la eternidad, sin saber exactamente lo que encontraremos, cómo los pioneros que se dirigieron hacia al oeste de los EE.UU. Nosotros partimos sólo porque confiamos en el Señor, el jefe de la caravana, que sabe el «camino» que vamos a recorrer, la «verdad» acerca de lo que vamos a encontrar y también»la vida» que vamos a vivir allá por toda la eternidad. Esta aventura nos gusta, es una propuesta fascinante, pero lo que nos preocupa un poco es el equipaje: la cruz que tenemos que llevar sobre nuestros hombros.
Un día durante la oración de la mañana, Claudio, uno de nuestros hijos brasileños, dijo: «¿ No podría dejar la cruz, así, sintiéndome libre, sin el peso, quizás cuántas cosas bellas podría hacer por el camino? «. Durante la oración el Espíritu Santo sugirió a uno de nosotros esta respuesta: «No es posible. La cruz representa vuestros límites, que constituyen la cosa más bella que ustedes tienen. Con las personas con pocos límites no puedo hacer nada, pero con las personas limitadas hago cosas increíbles. «
Respondimos: «¡Si la cuestión se plantea así,entonces, partamos!.» Partimos… y podemos decir que nuestras limitaciones, a lo largo del camino, nunca han sido un problema. Al contrario, a menudo se transformaron en verdaderas oportunidades de testimonianza. Un día, durante una reunión de oración, el Padre Fausto me dijo, «Necesito que tú anuncies el Evangelio en lugar mío.” «¡Pero, cómo! – le dije – ¡usted sabe que yo sufro de tartamudez! «. ¡Ya lo sé -me dijo él – pero eso no es un problema tuyo, es un problema del Señor.Déjaselo a Él. Tú va y confía en el Señor!” Yo me confié,fui… y Él me curó.