V semana del Tiempo Ordinario – Jueves
El hombre y la mujer
Después dijo el Señor Dios: «No conviene que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada». Entonces el Señor Dios modeló con arcilla del suelo a todos los animales de campo y a todos los pájaros del cielo, y los presentó al hombre para ver qué nombre les pondría. …. El hombre puso un nombre a todos los animales doméstico …., a todas las aves del cielo y a todos los animales del campo; pero entre ellos no encontró la ayuda adecuada. Entonces el Señor Dios hizo caer sobre el hombre un profundo sueño, y cuando este se durmió, tomó una de sus costillas y cerró con carne el lugar vacío. Luego, con la costilla que había sacado del hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre. El hombre exclamó: «¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer, porque ha sido sacada del hombre». Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne. Los dos, el hombre y la mujer, «¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer, porque ha sido sacada del hombre. Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne. Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban uno del otro. Gn 2,18-25
Cuando hablamos con nuestros hijos Juan Felipe y Juan Lucas, que viven solteros, uno en Londres, Inglaterra, y el otro en Caserta, Italia, no dejamos pasar la ocasión para preguntar como andan sus perspectivas de matrimonio. Ellos no tienen que casarse para hacernos felices nosostros que somos sus padres, pero sería bien que se enamoraran de una buena muchacha y se casaran, porque “No conviene que el hombre esté solo”. Cada uno necesita “una ayuda adecuada”. Cada persona necesita amar y ser amado, confrontarse y procrear hijos, soñar y compartir proyectos hacia el futuro con alguien distinto de sí. Una persona sola no tiene puntos de referencia, no tenie a nadie que le impida cometer errores y tomar caminos equivocados, pero aún más no conoce el gozo que brota de la comunión esponsal y de la familia. Al inicio de este pasaje del Génesis, el hombre “estaba solo”. “Entonces el Señor Dios modeló con arcilla del suelo a todos los animales de campo y a todos los pájaros del cielo, y los presentó al hombre para ver qué nombre les pondría”. Poner el nombre, en la civilización mesopotámica de aquel tiempo, equivalía a dar un fin, un sentido, una finalidad y por ende ejercer el dominio. El hombre, sin embargo, no se sentía satisfecho con el ser dueño de la naturaleza y de las cosas: le hacía falta una ayuda que fuera semejante a él y con la cual podría vivir en comunión de pensamientos, sentimientos y propósitos. Entonces Dios tomó una parte del hombre, una costilla, con la cual hizo a otro ser como él, una persona, y fue creada la mujer. Cuando Adán la vió, distinta pero complementaria a él, soltó un grito de júbilo: «¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer, porque ha sido sacada del hombre”. En hebreo en efecto las palabras que indican al hombre y a la mujer son «ish» e «isha», masculino y feminino de la misma realidad, llamados a ser “una sola carne” en el amor. Este volver a ser una cosa sola se sublima en el hecho de que el hombre y la mujer «estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban uno del otro”. Desnudos en el cuerpo, en los pensamientos, en los sentimientos, en los sueños, en los proyectos y en toda manifestación del espíritu y de la vida. Hoy en día la situación es un tanto diferente: esta unión perfecta tiene que ser descubierta y reconquistada en un camino de fe, porque la sociedad hace mucho para estorbarla.