ESFS033

IV semana de Tiempo Ordinario – Domingo

El pobre en espíritu

Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó ….  y comenzó a enseñarles, diciendo: «Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo. Mt 5,1-12a

En esta página del evangelio haría falta mirarse como al espejo por toda la vida, como árbores en un luminoso laguito de montaña. Cada día tendríamos que preguntarnos si somos mansos o arrogantes, si llevamos la paz o la guerra, si somos misericordiosos o si no logramos perdonar; si nuestro corazón es puro o turbio de pasiones, maquinaciones, resentimientos y odios. Tendríamos que preguntarnos si somos perseguidos a causa de Cristo, o si somos apreciados y estimados, porque bien insertados en las dinámicas y modo de pensar de este mundo. Sería un examen largo, y con dificultad hallaría lugar entre los múltiples compromisos de nuestra jornada.

Hay pero una bienaventuranza, la primera – «Felices los pobres en espíritu» –, la cual resume casi todas las demás. Entonces, cuando nos levantamos por la mañana, nos podemos poner esta pregunta: “¿Soy pobre o rico, en espíritu?”

Vamos a ver lo que quiere decir. El pobre en espíritu es aquel que se siente inadecuado por el propio proyecto de vida: inadecuado como genitor, como testigo del evangelio, como profesional, como amigo de las personas que encuentra a lo largo del día. El pobre en espíritu es aquel que se siente pecador, necesitado de perdón y salvación, y siempre está en busqueda del Señor, para que lo ilumine sobre los acontecimientos de la vida. El pobre en espíritu es aquel que sabe de no saber amar: no solo a los enemigos, sino tampoco a las personas que le están más cerca. El pobre en espíritu es aquel que tendría motivo para sentirse solo, no comprendido, abandonado, enfermo, anciano, sin recursos. ¿Cómo puede entonces uno salir fuera de esta pobreza humana para entrar en la bienaventuranza de quien se siente rico, porque pobre en espíritu? La unica “receta” que conocemos es un camino espiritual por las siguientes “carreteras”: intensificar la oración para vivir siempre en comunión con el Señor, agradecer y alabar al Señor por todo lo que nos da, empezando por el don de la vida y de la fe; sentirse uno amado y perdonado, meditar cada día las Sagradas Escrituras en las cuales se respira el pensamiento de Dios, y acercarse frecuentemente a la Eucaristía, porque aquel pan que se tranforma en el Cuerpo de Cristo da la verdadera fuerza para caminar seguros por los caminos del mundo. No conocemos otras “recetas”.

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