31 de diciembre
Jesucristo, verdadera luz
Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas …. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres…. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz ….. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre…. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre. Jn 1,1-18
El ruso Yuri Gagarin, el primer astronauta en la historia, a su regreso del espacio fue entrevistado por periodistas de todo el mundo. Entre las muchas preguntas que le fueron dirigidas, le preguntaron: “¿Ha visto a Dios, usted en el cielo?” “En el cielo no existe algún Dio”, respondió Yuri Gagarin. La abuela de Rita, que escuchó esta respuesta, durante un programa de televisivo, mientras estaba limpiando frijoles en la cocina, como una buena florentina, no pudo hacer a menos que comentar: ¡Oh! ¿Qué esperaba? ¿Encontrarlo suspendido como un jamón? Es difícil no reconocer en la armonía del universo, la mano poderosa y omnipotente de Dios creador y ordenador, aunque algún raro científico aun no se haya dado cuenta. La fe cristiana, sin embargo, va mucho más allá: nosotros creemos que Dios se ha encarnado en la Persona de Jesús de Nazaret, al haber elegido hacerse hombre entre los hombres. Nosotros somos cristianos porque creemos en la encarnación de Jesús de Nazaret. Es ésta la revelación del Evangelista Juan en el prólogo a su Evangelio. El Anuncia que el Verbo, la Palabra creadora de Dios, que desde el principio de los tiempos ha creado el mundo, y a un cierto momento de la historia, se ha encarnado en Jesús, con su nacimiento, vino al mundo como la luz verdadera, que ilumina a todo hombre. Cada vez que leemos este versículo, nos vienen vértigos por la altura sublime a la cual nos eleva: es la premisa que revalida toda la revelación bíblica. Jesús de Nazaret nos ha revelado la verdad sobre Dios y el hombre inaccesible a la mente humana. Pensemos en la subversión de los valores aportados por las Bienaventuranzas: «Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia… Felices los misericordiosos …Felices los que son perseguidos por practicar la justicia” (Mt 5,4-10). Pensemos en las parábolas: contadas con sencillez, que nos revelan verdades absolutas, que con el correr del tiempo no se han mínimamente devaluado. Pensemos en los milagros, o signos que nos hablan de la compasión y la misericordia de Dios para el hombre. Al más allá, por encima de todo, sin embargo, ellos nos han revelado que Dios es Padre, amor y perdón de verdad, mismas que el hombre por si solo no habría jamás alcanzado. Un día, durante un debate televisivo entre los científicos sobre el tema del universo, el conductor se dirigió con estas palabra a Antonino Ziquiqui: “Veo que todos están de acuerdo sobre la existencia de un Dios creador y ordenador del cosmos, pero usted, profesor, cómo ha llegado a la fe cristiana?” Y él respondió: “Por un motivo sencillo, que en el universo no está escrito, es: porque el Dios del que nos habla en Jesucristo es, sobre todo, Amor y Perdón».