XXXI semana del Tiempo Ordinario – Domingo
Las llaves del Reino: justicia y caridad
Jesús entró en Jericó y atravesaba la cuidad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era el jefe de los publicanos. El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí, Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Se ha ido a alojar en casa de un pecador». Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más». Y Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombres es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido». Lc 19,1-10
Yo tenía un amigo, hace algunos años, quien cuando estaba en crisis de conciencia, me buscaba para hablar un poco conmigo. El argumento era siempre el mismo: “Hay que hacer algo por los países pobres”, me decía. Era un empresario de talento: había hecho fortuna no sobrepasando demasiado las conveniencias y aplastando de vez en cuando a alguna persona que, en el mundo de los negocios, le había sido de estorbo. Con el pasar de los años, sin embargo, había sido asaltado por muchas dudas de conciencia, seguidas por un vago deseo de hacer algo por ayudar a los pobres del tercer mundo.. “Podríamos hacer un hospital en algún lugar, como lo hizo Marcelo Candia por los leprosos en el Amazonia, me decía casi siempre. “Sería muy bello – le comentaba – pero mira que el Dr. Candia, para realizar su proyecto ha tenido que vender su hacienda y ha cambiado completamente el modo de vivir. ¿Estás tú dispuesto a hacer otro tanto?”… “¡Esto no! – me respondía – Podría mejor tomar de mis bienes privados, pero la hacienda no la vendo; porque la tengo que dejar a mi hijo. Y tampoco puedo cambiar el mundo de proseguirla, porque los negocios, o se hacen como los hago yo o no se hacen”. “Entonces, pero sin atormentarte demasiado”, era la conclusión de nuestro diálogo. Él no quería cambiar vida, lo que quería es hacer callar su conciencia para tener una imagen positiva de sí mismo.
El Evangelio de hoy nos presenta un personaje, Zaqueo, quien probablemente tenía los mismos problemas de conciencia de mi amigo y para resolverlos, sentía el deseo de encontrarse con Jesús, aunque no sabía en que modo lo encontraría. Ya que era pequeño de estatura, para verlo, se subió a un árbol de sicómoros, un árbol que produce una especie de higos. Cuando Jesús lo vio en el árbol, le dijo: “Zaqueo, baja inmediatamente, porque hoy debo quedarme en tu casa”. Hasta ahora Zaqueo era una persona que tenía problemas de conciencia que resolver, pero en ese momento tuvo la ocasión de limpiar su pasado y de comenzar una vida nueva. Así, él juega en modo inteligente las dos cartas, la de la caridad y la de la justicia, que todo hombre tiene a su disposición para vivir una vida cristiana, y le dice al Señor: “Señor, voy a dar la mitad de lo que tengo a los pobres (la caridad), y si he robado a alguien, voy a restituir cuatro veces más (la justicia)”. De frente a este hombre que tiene el ánimo de jugarse todo, Jesús le anuncia: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”. La puerta del Reino se abre en dos formas: la de la justicia y la de la caridad. Con una sola no se puede entrar.