XXVI semana del Tiempo Ordinario – Domingo
Primero la Europa, ahora Asia, después África
¡Ay de los que se sienten seguros en Sión y de los que viven confiados en la montaña de Samaria, Acostados en lechos de marfil y apoltronados en sus divanes, comen los corderos del rebaño y los terneros sacados del establo. Improvisan al son del arpa, y como David, inventan instrumentos musicales; beben el vino en grandes copas y se ungen con los mejores aceites, pero no se afligen por la ruina de José. Por eso, ahora irán al cautiverio al frente de los deportados, y se terminará la orgía de los libertinos. Am 6,1a.4-7
Abramos el periódico y leamos de los políticos corruptos, que viven in modo tranquilo y disoluto, sin interesarse mínimamente de las personas que los han elegido. Los jóvenes temen inscribirse en el mundo del trabajo, los ancianos envejecen en compañía de los que los cuidan y que no conocen, antes que ser acompañados por el afecto de sus familiares. Se separan de sus allegados para unirse a otros, que no cuidan de sus hijos, obligados a vivir con otros papás. A estas situaciones, a las que la sociedad ya se ha acostumbrada, los políticos responden, aumentándose los salarios, pero de la ruina de José – es decir del país – no se preocupan. Es el mismo degrado que en el texto de hoy que el profeta Amos denuncia, en el mundo judío, en el siglo VIII a, C: “Extendidos sobre camas de marfil y acostados sobre sus colchones come la carne de las ovejas y los becerros crecidos en los establos. Cantan al sonido del arpa, como David improvisan sus instrumentos musicales, beben el vino en grandes copas y se ungen con los ungüentos más refinados”. “Por eso – profetiza Amos –ahora irán al destierro”. Y eso es lo que sucederá a los jefes de Israel dos siglos después: serán todos deportados a Babilonia.
Hoy, aunque en diversos países exista esa misma situación, ningún responsable será deportado, ahora muchos son obligados a emigrar y en nuestro país somos destinados a vivir como exiliados en nuestra patria, porque los hechos de la historia castiga los malos comportamientos. Estamos “invadidos”, aunque pacíficamente, por personas que vienen de África, Asia y América Latina. Caminando por ciertas calles de Milán tenemos la impresión de estar en Tunez, en Trípoli o en Shanghai: aún los olores de la ciudad han cambiado. Es un proceso histórico indetenible, contra el cual nosotros europeos nada podemos hacer, porque nuestra sociedad se ha debilitado y corrompido que no tenemos la fuerza de resistir, ni siquiera cuando se verifican episodios de violencia y de desprecio por nuestra tradiciones religiosas. Esto ha sucedido a todas las civilizaciones decadentes, desde el imperio romano, a la Unión Soviética recientemente y ahora está sucediendo en Europa. No se necesita un conocimiento grande de la historia o un grande espíritu profético para darse cuenta que el pasado ha sido en Europa, ahora en Asia, y el futuro será África.
Por cuando se refiere a la Iglesia, se descubre el original espíritu misionero, no hay necesidad de ir a países lejanos para evangelizar el mundo: es suficiente que esperes y recibas a los que llegan y les anuncies el Evangelio. Pero la Iglesia ¿descubrirá de nuevo el espíritu misionero en los Hechos de los Apóstoles y en las Cartas de San Pablo? Nosotros tenemos confianza, porque confiamos en el Espíritu Santo.