XXIII semana del Tiempo Ordinario – Lunes
Nuestra respetabilidad es basura
Otro sábado, entró en la sinagoga y comenzó a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada. Los escribas y los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si curaba en sábado, porque querían encontrar algo de qué acusarlo. Pero Jesús, conociendo sus intenciones, dijo al hombre que tenía la mano paralizada: «Levántate y quédate de pie delante de todos». El se levantó y permaneció de pie. Luego les dijo: «Yo les pregunto: ¿Está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?». Y dirigiendo una mirada a todos, dijo al hombre: «Extiende tu mano». El la extendió y su mano quedó curada. Pero ellos se enfurecieron, y deliberaban entre sí para ver qué podían hacer contra Jesús.Lc 6,6-11
Al lector que todos los días medita las páginas del evangelio, se le va configurando progresivamente el ministerio del Jesús de Nazaret, Hijo de Dios y Dios mismo: le perdona sus pecados, participa en el banquete de los pecadores, transforma el agua en vino en las situaciones sin esperanza, ofrece a manos llenas el pan de la Providencia, hace milagros y curaciones y se declara Señor del sábado, porque el tiempo de la espera se ha terminado. Delante de esta revelación encontramos la resistencia de los escribas y fariseos a recibir el mensaje de esta nueva vida que se ha introducido en la historia. ¿A qué se debe esta dificultad del hombre, en particular del más desarrollado, para recibir este gozoso mensaje de libertad, refugiando continuamente en la legalidad que los hace esclavos? ¿El hombre prefiere la seguridad mortífera del pasado a la vida nueva, como el pueblo hebreo prefería la esclavitud de Egipto a la libertad del desierto? El que no abre la mano seca para recibir la novedad del Evangelio, como el del texto de hoy, sino que defiende con las uñas y con los dientes la nada de su propia existencia, no descubre la frescura de la vida nueva en el corazón de quien se pone en la secuela de Jesucristo. Permanece fosilizado en su pasado sin sentido y sin esperanza. Más que el riesgo del ateo, que va siempre en búsqueda de la verdad, es el que vive una religiosidad habitual y triste. En este texto los fariseos, que no se abren al evangelio y prefieren que aquel hombre permanezca en su enfermedad, arriesgamos nosotros de no abrir la mano como el paralítico, si no abrimos el corazón al Señor que viene nosotros en su palabra y en la eucaristía. Es necesario que nos convirtamos como Pablo, que ha considerado como basura “la justicia que deriva de la observancia de la Ley”. «Más aún, todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor» (Flp 3,6-8).