XIII semana del Tiempo Ordinario – Domingo
Los papás son maestros de los hijos
Elías partió de allí y encontró a Eliseo, hijo de Safat, que estaba arando. Delante de él había doce yuntas de bueyes, y él iba con la última. Elías pasó cerca de él y le echó encima su manto. Eliseo dejó sus bueyes, corrió detrás de Elías y dijo: «Déjame besar a mi padre y a mi madre; luego te seguiré». Elías le respondió: «Sí, puedes ir. ¿Qué hice yo para impedírtelo?» Eliseo dio media vuelta, tomó la yunta de bueyes y los inmoló. Luego, con los arneses de los bueyes, asó la carne y se la dio a su gente para que comieran. Después partió, fue detrás de Elías y se puso a su servicio. 1 R 19,19-21
Las ventanas de nuestra casa en Castiglioncello estás protegidas por rejas hechas a mano para impedir, durante el invierno cuando no estás habitada la visita de los ladrones. Las había construido el tío Elio, el hermano del abuelo Renzo, que de joven había aprendido a trabajar el fierro que había sido el oficio de su padre. Antiguamente las arte y los oficios se aprendían, yendo a trabaja en el taller de otra persona. La misma cosa sucedía y sucede todavía, por el discipulado religioso: los maestros se rodean de aprendices que, mientras realizan sus servicios, reciben las verdades de la fe y el modo de vivirla y de anunciarla. En el texto de hoy el profeta Elías, por orden del Señor, llama a Eliseo, otro profeta y maestro, para ser su discípulo. La modalidad de la llamada sigue la praxis en vigor en aquellos tiempos en la Mesopotamia: cuando una persona de rango elevado quería atraer a su misma esfera personal otra de rango inferior, le echaba encima – como narra el pasaje de hoy – su manto. Desde aquel momento los dos se sentían unidos como si hubiera hecho un contrato.
En nuestros días, sin echar ningún manto en otra persona, el deber de los padres de familia es instaurar una relación de discipulado con los hijos para hacerlos crecer en la fe y para trasmitirles las verdades del Evangelio, para que en el futuro ellos hagan lo mismos cuando se casarán y tendrán una familia propia. Los padres, por falta de preparación y de conciencia de haber recibido del Señor este mandato, no siempre lo desarrollan en modo escrupuloso y sistemático. Los sacerdotes y catequistas de la parroquia, suplen esta falta, perono pueden substituirlos en el ejemplo que los padres debe dar a sus hijos. Orar juntos en familia, vivir con honestidad y con alegrías los contratiempos de la jornada, establecer el clima familiar de amor y de colaboración, y estar abiertos a las necesidades del prójimo, son experiencias que se pueden realizar sólo en la familia.
Jesús a sus seguidores les ha enseñado las verdades del Evangelio, y los hizo participar a los milagros, especialmente al milagro cotidiano de la providencia. Pero sobre todo los ha amado, les dio el ejemplo de la oración, de la fidelidad al proyecto de vida que el Padre les había confiado, y de la apertura a sus necesidades y a la pobreza de las personas que encontraba a lo largo de los caminos de la Palestina. Esto es el discipulado.