VII semana del Tiempo Ordinario – Domingo
Del hombre de carne al espiritual
El primer hombre, Adán, fue creado como un ser viviente; el último Adán, en cambio, es un ser espiritual que da la Vida. Pero no existió primero lo espiritual sino lo puramente natural; lo espiritual viene después. El primer hombre procede de la tierra y es terrenal; pero el segundo hombre procede del cielo. Los hombres terrenales serán como el hombre terrenal, y los celestiales como el celestial. De la misma manera que hemos sido revestidos de la imagen del hombre terrenal, también lo seremos de la imagen del hombre celestial. 1Co 15,45-49
Desde mi niñez siempre me ha fascinado el libro de Pinocho, la fábula más bella que la mano de hombre haya escrito; sin embargo el motivo de su atracción lo comprendí de adulto, el dia en que me he acercado a este pasaje de la primera carta de Pablo a los Corintios. La historia de Pinocho –nacido muñeco, crecido niño travieso y al final vuelto bueno- simboliza la historia del ser humano y de la salvación. Es la misma historia que recorre esta carta de Pablo. Al inicio de los tiempos, narra el libro del Génesis, «El Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente» (Gn 2,7). Pero el primer Adán, habiéndose separado de Dios a causa del pecado, fue el iniciador de una humanidad con capacidades limitadas, caducas, inadecuadas a mantener y comunicar a los demás la vida. Jesucristo –el segundo Adán- es, al contrario, el iniciador del hombre nuevo, ya que la fuerza del Espíritu lo eleva a hijo de Dios , vivificándolo con una vida sin fin.
El primer Adán – dice Pablo hoy- simboliza el inicio de la vida física, Jesucristo es el principio de la espiritual, en cada instante vivificada y vivificante, especialmente después de la resurrección. Si tenemos un cuerpo físico, tenemos también uno espiritual: está en efecto escrito que “El primer hombre, Adán, fue creado como un ser viviente; el último Adán, en cambio, es un ser espiritual que da la Vida». El hombre espiritual, aunque nazca después, es superior al primero, porque «El primer hombre procede de la tierra y es terrenal; pero el segundo hombre procede del cielo.
A esta altura no podemos no pensar en la maravillosa tarea de los progenitores, los cuales están llamados no solamente a colaborar en la procreación de un hombre físico, sino, a través del bautismo y la educación cristiana, han recibido de Cristo el mandato de hacer nacer también el hombre espiritual. Para ejercer esta tarea, los padres tienen que ser ellos mismos personas espirituales: «Los hombres terrenales serán como el hombre terrenal, y los celestiales como el celestial.
Regresando al libro de Pinocho del cual hemos partido, la transformación del niño-travieso al niño-bueno se ha podido realizar por el hecho de que su papá Jepeto, aunque estaba lejos, nunca lo ha abandonado a su destino, sino lo ha confiado a la educación espiritual de la hada. Este es la maravillosa tarea de los progenitores: también cuando los hijos salen de casa y se van por su camino, pueden continuar incesantemente rezando por ellos para que el Epíritu los acompañe cada día.