ESFL126

I semana del Tiempo Ordinario – Miércoles

Los abuelos en la familia   

Cuando salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato. El se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos. Mc 1,29-31

La curación de la suegra de Pedro era el pasaje favorito de la abuela Betta, porque era el que mejor fotografiaba su papel en nuestra casa. Después de la muerte del abuelo Mario,la abuela Betta se había enfermado seriamente de angina de pecho y por el resto de sus años tuvo que convivir con esta afección del corazón. Cuando mamá y yo, después de la boda,nos vinimos a vivir en Lombardía y al año siguiente también tío Pablo se casó, su perspectiva habría sido la de quedarse sola y enferma en la casa de Florencia. Así que aceptó inmediatamente la invitación de venir a vivir con nosotros, y durante veintiséis años ha sido, no obstante su fragilidad física, uno de los pilares de nuestra familia. Los nacimientos de los nietos, en su frecuente sucesión, la llenaban de alegría y renovada voluntad de vivir. Quería mantener su buen estado de salud a fin de preparar las comidas del recién nacido de turno. El día en el que la mamà, concluídas sus tomas, volvía a la enseñanza, ella tomaba en mano la situación con sus caldos vegetales, porque nunca confió en los  homogeneizados. Luego venía el período de asilo, con delantales para preparar en la mañana e historias para escuchar  a la noche.

A medida que los nietos crecían, aumentaba su atención a la ropa, resultado de su habilidad como modista. Nadie podía salir de casa sin haber superado su control «estético», y nadie volvía a casa sin la certeza de una buen plato de pasta, seguido inmediatamente por la verificación de lo que habían aprendido en la escuela. Y si las cosas no la acontentaban, ella, que no creía en las modernas teorías pedagógicas para su opinión peligrosamente permisivas, al instante proveía a la corrección: antes de que los padres llegaran a casa: tomaba el cucharón y calentaba bien caliente el traste de los nietos negligentes. “Tanto ahí no se hace ningún daño», decía todas las veces. Con el pasar de los años, sus energías se redujeron, y en los últimos tiempos, ni siquiera podía llegar a la oración de la mañana, que ella siempre había considerado el momento más hermoso del día. Por lo tanto, antes de salir para ir al trabajo, nos deteníamos en su habitación a rezar un poco con ella. En uno de esos momentos, pocos días antes de morir, nos dijo: «Yo les agradezco, porque en estos años de vida con ustedes, he estado tan bien como con mi marido”. El recuerdo de esas palabras, aún hoy nos da una profunda alegría. Ahora la abuela descansa en el cementerio de Castellanza y sobre su tumba hemos escrito: «En la tierra  nos has amado con tu  trabajo, desde el cielo nos amas con tu oración. «

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