II semana de Adviento – Jueves
Los privilegios del Reino
Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él. Desde la época de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos es combatido violentamente, y los violentos intentan arrebatarlo. Porque todos los Profetas, lo mismo que la Ley, han profetizado hasta Juan. Y si ustedes quieren crearme, él es aquel Elías que debe volver. ¡El que tenga oídos, que oiga!
Los personajes de la historia de la salvación están siempre de viaje en busca de una realidad diversa de aquella en la cual se encuentran. Es una inquietud que refleja la inquietud del corazón humano en continua búsqueda de Dios. Abraham sale de su tierra Ur de los Caldeos en Mesopotamia, para ir a otra tierra sin saber cuál fuera; y Jacob, con toda su familia, deja la tierra de Canaán (Palestina) para ir hacia Egipto. En los 430 años de permanencia en Egipto la familia de Jacob creció en número hasta convertirse en un pueblo numeroso (Israel), pero como esclavo del Faraón. Para regresar a ser libre Israel, guiado por Moisés, sale de Egipto y va hacia la tierra prometida (Canaán) más tarde llamada Palestina al tiempo de los romanos. Después vendrán 50 años de deportación a Babilonia y su regreso será en el año 583 a. C. El camino del pueblo de Israel hacia Canaán se convierte en una peregrinación espiritual (no geográfico) hacia la nueva realidad del reino de los cielos, que Jesús lo define como “no de este mundo”, aunque nacido en la historia de este mundo. En ese período emergen las figuras de los profetas, que señalan continuamente el camino que hay que seguir, como los anuncios o carteles viales que indican la ciudad a la que nos dirigimos, De estos carteles indicadores, Juan el Bautista es el último, quien señala a Jesús de Nazaret como al Mesías, el Hijo de Dios, quien finalmente instaurará la nueva realidad del Reino de los cielos. Juan el Bautista, sin embargo, no entra en el Reino de los cielos, se detiene en el confín, y por eso, no goza de los privilegios del nuevo Reino. Es lo que sucede hoy a un ciudadano extranjero: puede ser una persona importante, pero no teniendo el derecho de voto, no goza del poder de decidir. El más pequeño en el Reino de los cielos, dice Jesús, es más grande que Juan el Bautista, porque goza de los privilegios como ciudadano del Reino. Para los primeros discípulos los privilegios son el conocimiento de Jesucristo, la escucha de su palabra, asistir a los milagros. Más tarde, con el nacimiento de la Iglesia, los privilegios son el Espíritu Santo, que recibimos en el Bautismo y los demás sacramentos, juntamente con las Sagradas Escrituras o Palabra de Dios.