ESFS122

XXX semana del Tiempo Ordinario – Domingo

El ministerio del Sacerdote

Todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y puesto para intervenir en favor de los hombres en todo aquello que se refiere al servicio de Dios, a fin de ofrecer dones y sacrificios por los pecados. El puede mostrarse indulgente con los que pecan por ignorancia y con los descarriados, porque él mismo está sujeto a la debilidad humana. Por eso debe ofrecer sacrificios, no solamente por los pecados del pueblo, sino también por los propios pecados. Y nadie se arroga esta dignidad, si no es llamado por Dios como lo fue Aarón. Por eso, Cristo no se atribuyó a sí mismo la gloria de ser Sumo Sacerdote, sino que la recibió de aquel que le dijo: «Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy». Como también dice en otro lugar: «Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec».Hb 5,1-6

Para darse cuenta de la figura y del misterio sacerdotal en la historia de la salvación se necesita primero entender cuál fue desde el principio y lo es todavía la estrategia creativa de Dios. Dios ha creado al mundo y lo ha confiado al hombre para que continuara en el tiempo su acto creativo. Para tal fin Dios ha creado la familia, la primera institución salida directamente de sus manos. Después para recuperar al hombre que había caído en el pecado, Dios ha puesto en acto la historia de la salvación y la ha realizado por medio de su Hijo, Jesús de Nazaret, quien instituyó la Iglesia para que continuara en su nombre y por su cuenta el acto salvífico de Dios. En el tiempo la Iglesia, inspirándose en Jesucristo y guiada por el Espíritu Santo, se ha organizado, siendo el sacerdote la figura principal. Él, como cita el texto de San Pablo hoy, es un hombre como los demás, con sus virtudes y defectos como todos, pero muy especial, habiendo “sido tomado entre los hombres… en todo lo que se refiere al servicio de Dios”. Por tanto, él es escogido entre los hombres y enviado a los hombres para ejercer en nombre de Dios, los mismos ministerios que ha ejercido Jesús en la tierra: el anuncio de la Palabra de Dios, la administración de los Sacramentos y el ministerio pastoral para reunir la comunidad de los creyentes. En la Iglesia, por su mismo rol, el sacerdote puede hacer un bien inmenso. Tenemos necesidad de buenos sacerdotes, sacerdotes santos, y nosotros los laicos tenemos cuatro maneras de ayudarles a ser santos: acompañarlos con la oración, amarlos, colaborar en su ministerio y perdonar sus debilidades, porque no debemos olvidar que el sacerdote fue “elegido de entre los hombres” pero es un hombre.

En nuestra familia, hemos tenido el privilegio de tener, como guías espirituales, a sacerdotes buenos. Escuchemos lo que nos dice el P. Vittorio Moretto, misionero comboniano, en una carta de hace algunos años: “Generalmente se dice que las parejas y familias que sigue un camino de fe tienen necesidad de la ayuda de un sacerdote. Muy cierto, mis veinte y seis años de vida sacerdotal y misionera, pero al mismo tiempo nosotros debemos tener ser acompañados por familias cristianas”. Del punto de vista teológico este concepto es muy claro. De hecho, por definición, el ministerio sacerdotal está en función del cuerpo eclesial, pero ¿cómo podemos ayudar y servir a este cuerpo, si no entra en los ministerios de Dios a través el conocimiento y el amor? El servicio evangélico a las familias exige que nosotros ayudemos con un afecto a estas familias, para poder vivir con alegría nuestra opción y nuestro servicio, sintiéndonos circundados del afecto de los cónyuges y de las familias enteras.

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