XXVIII semana del Tiempo Ordinario – Martes
Adorar a Dios para entender
Yo no me avergüenzo del Evangelio, porque es el poder de Dios para la salvación de todos los que creen: de los judíos en primer lugar, y después de los que no lo son. En el Evangelio se revela la justicia de Dios, por la fe y para la fe, conforme a lo que dice la Escritura: El justo vivirá por la fe. En efecto, la ira de Dios se revela desde el cielo contra la impiedad y la injusticia de los hombres, que por su injusticia retienen prisionera la verdad. Porque todo cuanto de se puede conocer acerca de Dios está patente ante ellos: Dios mismo se lo dio a conocer, ya que sus atributos invisibles –su poder eterno y su divinidad– se hacen visibles a los ojos de la inteligencia, desde la creación del mundo, por medio de sus obras. Por lo tanto, aquellos no tienen ninguna excusa. en efecto, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron ni le dieron gracias como corresponde. Por el contrario, se extraviaron en vanos razonamientos y su mente insensata quedó en la oscuridad. Haciendo alarde de sabios se convirtieron en necios, Rm 1,16-22
La carta a los Romanos representa el vértice más alto de la especulación teológica de Pablo. Ella, aún siendo centrada en el tema de la salvación mediante la fe, tratando de muchos otros argumento, puede resumirse por los primeros versículos del texto de hoy: el evangelio de Cristo “es potencia de Dios para la salvación de los que creen” y es la suprema revelación de la verdad y de la justicia de Dios, que se manifiesta en la fe. Todo creyente, es decir, hereda el mensaje del Evangelio y las reflexiones de quien lo ha precedido, pero nos trasmite sus propias reflexiones enriqueciéndolo, in tal modo, con el conocimiento de Cristo y de la historia. El protagonista de esta carta es Dios Padre, quien ha decidido salvar a la humanidad del pecado, sin alguna distinción entre hebrero y cristianos.
En los siguientes versículos Pablo anuncia que es “la fe” la que permite de comprender la verdad y la profundiza más y más. La “razón”, orgullo de la civilización greco-romana, y la “ley”, orgullo del pueblo hebreo, aunque haya obtenido metas altísimas y profundas especulaciones, a un cierto punto se han perdido, porque los hombres “sofocan la verdad en la injusticia”, negando a Dios la adoración por lo que la razón ha conocido o lo que la ley ha revelado, ya que “habiendo conocido a Dios, no lo han glorificado ni le han dado gracias como a Dios, sino que se han perdido en vanos razonamientos y su mente obtusa se ha apagado”. De las multiformes verdades que la razón puede leer en el gran libro de la naturaleza, Pablo cita la eternidad, la omnipotencia y la divinidad “de hecho sus perfecciones invisibles, es decir, su eterna potencia y divinidad las podemos contemplar y comprender por la creación del mundo a través de las obras que Él ha hecho”. La fe, por el contrario, nos permite penetrar y profundizar ya sea las verdades del evangelio como las de la creación, por medio de la adoración y contemplación: del cielo estrellado, de la yerba, de las parábolas y de toda la historia de la salvación.