ESFS102

X semana de Tiempo Ordinario – Domingo

El Señor escucha los deseo del corazón

Pero teniendo ese mismo espíritu de fe, del que dice la Escritura: Creí, y por eso hablé, también nosotros creemos, y por lo tanto, hablamos. Y nosotros sabemos que aquel que resucitó al Señor Jesús nos resucitará con él y nos reunirá a su lado junto con ustedes. Por eso, no nos desanimamos: aunque nuestro hombre exterior se vaya destruyendo, nuestro hombre interior se va renovando día a día. Nuestra angustia, que es leve y pasajera, nos prepara una gloria eterna, que supera toda medida. Porque no tenemos puesta la mirada en las cosas visibles, sino en las invisibles: lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno. Nosotros sabemos, en efecto, que si esta tienda de campaña –nuestra morada terrenal– es destruida, tenemos una casa permanente en el cielo, no construida por el hombre, sino por Dios. 2Co 4,13-5,1

En una tarde de un domingo de abril de 1972, recien casados y aún sin familia, estabamos vagabundeando por las calles de Legnano, charlando del más y del menos, así como nos gusta continuar haciendo también hoy cuando nuestros compromisos nos dejan un tiempecito para estar junto.  A cierto punto brotó la siguiente conversación: “Ana María, ¿qué queremos hacer en nuestra vida de pareja?”. “Quisiera gastar mi vida para los demás, junto contigo. En lo particular, querría ser mamá de hijos sin familia. Y tú, Pedro Luis, ¿qué querrías hacer?” “Yo quisiera que el Señor me llamara para enviarme a hablar de Él a los hombres”. Aquella tarde pensavamos estar solos, en el coche, pero no era así. El Señor nos había escuchado, y lo que nos hemos dicho espontáneamente Él nos lo ha concedido. Han nacido, uno tras otros, nueve hijos y otros cinco hemos ido a adoptarlos en Calabria, Italia, en Perú y en Brasil. Mientras tanto además de los compromisos familiares y profesionales, el Señor nos ha enviado a misionar, casi siempre juntos, en Italia, Europa, África, Asia y America Latina; y, adonde hemos ido, creemos haber siempre sido sus testigos.

Hace algunos días, casi cuarenta años después de aquella conversación en las calles de Legnano, estabamos sentados en la sala de nuestra casa, solos solos porque los hijos, por motivos profesionales o porque se han casado, viven todos fuera de casa, y ha brotado la misma conversación: “Tú, Pedro Luis, ¿que querrías hacer en los años que todavía nos quedan por delante?” “ Quisiera continuar a hablar del Señor adonde Él me envía. Y tú, Ana María, qué querrías hacer’” “Querría seguir a hablar de cultura y de arte, en Italia y en el extranjero, exactamente como lo estoy haciendo en la actualidad. Siento que esto es mi llamado, porque me permite hablar siempre de las manifestaciones humanas de la Belleza de Dios». Esta vez también pensamos haber sido escuchado y el Señor sabrá como enviarnos adonde él quiera, mejor aún si juntos. Entrando en el pasaje de hoy de la Carta de Pablo a los Corintios, nosostros también podemos con toda honestidad afirmar: “Creí, y por eso hablé”. Ha sido una vida entusiasmante, y ahora vivimos en un gozo sereno, porque estamos convencidos de “que aquel que resucitó al Señor Jesús nos resucitará con él… Por eso, no nos desanimamos: aunque nuestro hombre exterior se vaya destruyendo, nuestro hombre interior se va renovando día a día… Nosotros sabemos, en efecto, que si esta tienda de campaña –nuestra morada terrenal– es destruida, tenemos una casa permanente en el cielo, no construida por el hombre, sino por Dios”. En cara al futuro, creo que podemos hacer nuestras las palabras de Pablo en la carta a los Filipenses: “Esto no quiere decir que haya alcanzado la meta ni logrado la perfección, pero sigo mi carrera con la esperanza de alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús» (Flp 3,12).

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