XXIV semana de Tiempo Ordinario – Domingo
Vivir para el Señor
Ninguno de nosotros vive para sí, ni tampoco muere para sí. Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor: tanto en la vida como en la muerte, pertenecemos al Señor. Porque Cristo murió y volvió a la vida para ser Señor de los vivos y de los muertos. Rm 14,7-9
Cuando camino por las calles de mi ciudad me sorprende a menudo el pensamiento de que cada persona que cruzo tenga un sueño y viva para realizarlo. Hay quien dedica su vida a acumular dinero, quien a realizar proyectos personales, quien a avanzar en la carrera, quien a procurar el justo bienestar de la familia y los hijos, y quien a alcanzar otros obiectivos, también no muy nobles. Nadie vive para la libertad, pero todos la buscan para realizar sus sueños. Las preguntas que tácitamente, hoy, nos pone san Pablo están antes que nuestros proyectos: ¿por qué estamos en este mundo? ¿Quién ha dado origen a nuestra vida? ¿Adonde iremos después de la muerte? Si creemos al hecho que venimos de Dios, el cual nos ha donado la vida, y que al final regresaremos con Él, ciertamente Él tiene un proyecto subre nosotros, que tenemos que buscar y del cual se nos pedirá cuenta. La pregunta entonces que me debo poner no es “¿cuales proyectos quiero realizar?”, sino “¿cual es el proyecto de Dios sobre mi?” Si nos ponemos este interrogante y metemos nuestra vida en sus manos, Él no faltará en comunicarnos su voluntad; aunque no lo haga en modo explícito, tratará de hacer que la vivamos, quizá con el cerrar ante nosotros los caminos y las puertas equivocadas. Es lo que pasó conmigo cuando me he lanzado en la política, o también cuando he fundado “Ingenieros más allá”, una asociación Onlus-Ong para realizar proyectos en países en desarrollo. Eran bonitos sueños, pero eran solamente míos, el Señor tenía guardado para mi un proyecto diferente. San Pablo, en el pasaje de hoy, va hasta a la raíz del problema: « Ninguno de nosotros vive para sí, ni tampoco muere para sí. Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor». ¡El único absoluto es Dios! Sobre todo después de la muerte y resurrección del Señor, nuestra vida pertenece a Él por derecho, no sólo porque hemos sido “creados”, sino también porque hemos sido “rescatados”.