XXI semana del Tiempo Ordinario – Domingo
La sabiduría revelada a los sencillos
¡Qué profunda y llena de riqueza es la sabiduría y la ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus designios y qué incomprensibles sus caminos! ¿Quién penetró en el pensamiento del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le dio algo, para que tenga derecho a ser retribuido? Porque todo viene de él, ha sido por él, y es para él. ¡A él sea la gloria eternamente! Amén. Rm 11,33-36
Una tarde del 1976, cuando María Carmela, enferma de tumor, había sido operada en el hospital de Legnano, se nos permitió tocar con la mano, aunque si no era la primera vez que sucedía, dónde está verdaderamente y como se mueva la verdadera sabiduría. Los médicos nos habían quitado toda esperanza y nosotros estábamos sentados en la sala de espera, en silencio, afligidos en el corazón, y oprimidos por estas preguntas sin poder dar respuesta: ¿Por qué existe el dolor inocente? ¿Por qué una familia tiene que sufrir un tal evento semejante? ¿Cuál será nuestro futuro sin María Carmela? De vez en cuando interrumpíamos el silencio con una oración y después volvíamos a ponernos las mismas preguntas. De repente sonó el timbre. Era el Padre Arturo: “Es un poco tarde, excúsenme, ¿puedo subir?” “Venga, venga, padre Arturo”. Entró y se sentó como lo hacía siempre delante de nosotros, “recemos un poco juntos” – nos dijo. Luego el padre Arturo, que por lo general hablaba poco, comenzó a hablar como si leyese nuestros pensamientos y nos explicó nuestras preguntas con una sabiduría teológica digna de San Agustín o Santo Tomás. Lo conocíamos como una persona muy sencilla; no era todavía sacerdote, era solo un hermano del Pime, porque sus superiores, no considerándole suficientemente inteligente, le habían propuesta entrar al seminario diocesano. Él había sufrido mucho, pero había aceptado aquel consejo con humildad y obediencia, en el silencio había hecho un camino de fe y caridad. Estaba siempre presente donde había necesidad y sufrimiento y el Señor lo había recompensado con una sabiduría que hemos encontrado en pocas personas. Hacía adoración a la Santa Cruz todas las noches, a veces hasta el llegar de la aurora, y de aquí recibía su sabiduría. Un domingo, mientras estábamos comiendo juntos, nos dios cuenta que tenía una herida en la cabeza. A nuestras preguntas él contestó un poco apenado, que mientras oraba en la noche, se había dormido y se había golpeado la cabeza en el altar. Su sabiduría venía de Dios, como la revelada a los sencillos. San Pablo escribe: “Mientras que los judíos piden signos y los griegos buscan la sabiduría (terrena), nosotros anunciamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos y estupidez para los paganos; pero para los que son llamados, sea judíos que griego, Cristo es potencia de Dios y sabiduría de Dios”. (1Co. 1,22-24).