ESFL049

I Semana de Cuaresma – Jueves.

El Señor nos escucha siempre

Te doy gracias, Señor, de todo corazón, te cantaré en presencia de los ángeles. Me postraré ante tu santo Templo,  y daré gracias a tu Nombre  por tu amor y tu fidelidad,  porque tu promesa ha superado tu renombre.  Me respondiste cada vez que te invoqué  y aumentaste la fuerza de mi alma…..  Si camino entre peligros, me conservas la vida,  extiendes tu mano contra el furor de mi enemigo,  y tu derecha me salva.  El Señor lo hará todo por mí.  Señor, tu amor es eterno, ¡no abandones la obra de tus manos!  Sal 137

Meditando este Salmo me vienen a la mente algunas circunstancias en la que el Señor, o María, han escuchado mi oración, todavía las que recuerdo son una mínima parte de las veces en que esto ha sucedido. El hecho más lejano pertenece a mi infancia; yo era verdaderamente un díscolo, todos los días hacía algo no bueno, y mi padre, cuando lo llegaba a saber, no me hacía faltar lo que él llamaba una buena “repasada”, porque entonces los métodos educativos eran más rápidos que en estos tiempos modernos. Una tarde, mientras subía las escaleras para regresar a la casa, después de haber hecho algo más grave de las que hacía por lo general, que ya habían contado a mi padre, hice esta oración: “Virgen Santa, ayúdame tú , ya que esta tarde me dan una paliza”.  Toqué el timbre y me abrió la puerta mi padre y me dijo: “Lávate las manos y siéntate a comer, porque la sopa se enfría”.

Después de ese evento que constituye uno de  mis recuerdos más vivos, aunque el más remoto, el elenco de las oraciones que he dirigido al Señor y que han sido escuchadas, sería muy largo y muy incompleto. Las circunstancias son muy variadas: los bancos de la escuela, los exámenes universitarios, el trabajo, las enfermedades, los hijos con sus problemas, los amigos en dificultades, los balances familiares. Entre estos motivos, todos muy serios, recuerdo siempre las peticiones raras que yo llamo “los caramelos del Señor”: un estacionamiento que parecía imposible, un balón que no entraba en la portería, las llaves del coche que no sabía donde las había dejado. Todos estos son eventos del pasado, mientras el Señor es el “viviente”, siempre está escuchando mis oraciones que le he dirigido ahorita, porque el día en lo he invocado, me ha socorrido… Señor, tu amor es infinito; no abandones la obra de tus manos.

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