I Domingo del Tiempo Ordinario – Bautismo del Señor
La vida donada
«Detrás de mi vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo». En aquellos días, Jesús llegó desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y al salir del agua, vio que los cielos se abrían y que el Espíritu Santo descendía sobre él como una paloma; y una voz desde el cielo dijo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección». Mc 1,7-11
La escena del bautismo de Jesús es el preámbulo que enmarca y anticipa toda su vida terrena. Él, no obstante que no tuviera pecado, está en fila con los pecadores para recibir el bautismo de purificación administrado por Juan y al mismo tiempo para anunciar la muerte del hombre viejo y el inicio de la vida nueva. A aquel que no había conocido el pecado, dirá San Pablo, «A aquel que no conoció el pecado, Dios lo identificó con el pecado en favor nuestro, a fin de que nosotros seamos justificados por él» (2Co 5,21). Así como a la muerte de Jesús “el velo del Templo se rasgó por el medio” (Lc 23,45), ahora el cielo se abre y el Espíritu desciende sobre él: es la proclamación de su misión como Mesías. Con el bautismo en el Jordán, Jesús consagra su vida a la obediencia a Dios y al amor por la humanidad. Es el misterio de la Encarnación que se consagra en el bautismo. Es un evento grandioso. A nosotros nos recuerda lo que hacen los padres que traen hijos al mundo, los educan y acompañan en la vida hasta que caminan con sus propios pies; y luego los sostienen con la oración por todo el resto de sus días. Es lo que hacen los misioneros que consagran su vida al anuncio del evangelio, aquellos obreros sociales que se involucran hasta el fondo en la causa de los pobres, y los médicos como el Dr. Moscati, quien se dedicó con todas las energías físicas y espirituales al cuidado de los enfermos. También nuestra vida, cualquiera que sea el proyecto que tengamos que realizar, puede ser vivida como una consagración a Dios. El bautismo de Jesús es la exaltación del espíritu de servicio y condena de todo deseo de autoafirmación, de cualquier deseo de dominio y posesión. Es un signo de vida consagrada.