XXXII semana del Tiempo Ordinario – Domingo
El viento del Espíritu propaga el Evangelio
Que nuestro Señor Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que nos amó y nos dio gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza, los reconforte y fortalezca en toda obra y en toda palabra buena. Finalmente, hermanos, rueguen por nosotros, para que la Palabra del Señor se propague rápidamente y sea glorificada como lo es entre ustedes. Rueguen también para que nos vemos libres de los hombres malvados y perversos, ya que no todos tienen fe. Pero el Señor es fiel: él los fortalecerá y los preservará del Maligno. Nosotros tenemos plena confianza en el Señor de que ustedes cumplen y seguirán cumpliendo nuestras disposiciones. Que el Señor los encamine hacia el amor de Dios y les dé la perseverancia de Cristo. 2Ts 2,16-3,5
Como uno que corta árboles desciende el río con sus troncos, brincando de un árbol al otro cuando algún tronco se entrampa entre las rocas, igualmente la Palabra del Señor desciende la historia del pasado pasando de boca en boca. No se puede detener, nadie la puede detener, porque el que la empuja prepotentemente es el viento del Espíritu: “El viento sopla donde quiere y puedes oír su voz, pero no sabes de donde viene ni a donde va: así es el que nace del Espíritu” (Jn. 3,8). Sin embargo, aunque la Palabra del Señor sea trasmitida por el viento del Espíritu, nuestra tarea es de orar para que la Palabra se propague siempre más. San Pablo pide en el texto de hoy a la comunidad de Tesalónica orar por este motivo: “Por lo demás, hermanos, oren para que la palabra del Señor corra y sea glorificada”. En la misión hay necesidad de todos: de quien anuncia el Evangelio, del que reza y del que trabaja en la retro-guardia. Al final, todos seremos premiados: “Ahora me queda solamente recibir la corona de la justicia que el Señor, Juez supremo, me dará en aquel día; pero no sólo a mi” (2Tm 4,8). Además de orar, hay que estimularnos unos a otros, como sucede en los partidos de futbol cuando un jugador ve que su compañero n tiene fuerzas y está cansado: “Te ruego delante de Dios y de nuestro Señor Jesucristo, que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos, por su manifestación y su reino: anuncia la Palabra, insiste en el momento oportuno y no oportuno, exhorta, regaña con magnanimidad y sabiduría” (2Tm 4,1-2). Después Pablo continúa, refiriéndose a un tiempo que parece ser nuestro tiempo: “Vendrá el día, de hecho, en el cual nadie soportará la sana doctrina, pero para oír algo, los hombres se circundarán de maestro según sus propios gustos, rehusando escuchar la verdad para perderse en fábulas” (2Tm 4,3-49. Finalmente el apóstol concluye con uan exhortación que debemos hacerla nuestra, que hemos decidido directamente vivir para el Señor: “Vigila atentamente, soporta los sufrimientos, cumple tu deber de propagar el Evangelio, y tu ministerio” (2Tm 4,5). Ayúdanos, Señor, a tomar siempre la corriente y a llevar tu Palabra, saltan de un tronco a otro, como el cortador de árboles que desciende por los ríos de Canadá.