XXXI semana del Tiempo Ordinario – Lunes
Festejar con los pobres
Después dijo al que lo había invitado: «Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!». Lc 14,12-14.
Hoy Jesús anuncia una bienaventuranza desconocida, la de la gratuidad: «Cuando ofrezcas un banquete, invita a los pobres, cojos, ciegos y serás bienaventurado porque ellos no tienen con qué pagarte». Pienso que no exista en el mundo nada de más precioso que un pobre, que agradece con una sonrisa, porque no tiene nada más que dar. Pero cuando hablamos de los pobres hablamos de todos los hombres, ya que todos tienen alguna pobreza. Jesús nos enseña que Dios vive en el pobre. Combinando estas dos verdades, podemos afirmar que el Señor vive en nuestra pobreza. Aquél que, en su vida, tiene la gracia de encontrar al Señor, es como si fuera a orar al templo: es el anuncio que San Pablo nos da: “Porque el templo de Dios es sagrado y ustedes son ese templo” (ICo 3,17).
Hay personas en que no podemos reconocer a Jesús a simple vista, pero hay otras personas en las que se reconoce inmediatamente: el santo y el pobre. Nosotros somos afortunados porque hemos encontrado a los dos; más aún nos parece poder decir que son los santos los que nos ayudan a encontrar a Jesús en los pobres. Para recordar ahora sólo a aquellos que están en el paraíso, pensamos al padre Cipriano Ricotti, Tomás Beck, padre Francisco Caniato, el padre Arturo Quario, padre Roberto Corretti y otros más que nos han enseñado a encontrar al Señor en los pobres: nos han enseñado a encontrar cada hombre en su pobreza. Nosotros podemos invitar a comer a un rico, una persona famosa, basta invitarla en su pobreza. Le pedimos al Señor que, en ciertos casos, nos dé la gracia de poder anunciar, si no con palabras, por lo menos con los hechos: “Yo estoy feliz de encontrarme contigo, porque eres un pobre como yo, y en ti está el Señor”. Con este espíritu podemos invitar a comer a cualquier persona, porque en cada uno de ellos está la pobreza. Y si lo haremos, no solo recibiremos su recompensa en la resurrección de los justos, sino también en la paz y alegría del corazón.