XXX semana del Tiempo Ordinario – Domingo
El tiempo de alzar las velas
Yo ya estoy a punto de ser derramado como una libación, y el momento de mi partida se aproxima: he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe. Y ya está preparada para mí la corona de justicia, que el Señor, como justo Juez, me dará en ese Día, y no solamente a mí, sino a todos los que hay aguardado con amor su Manifestación. Cuando hice mi primera defensa, nadie me acompañó, sino que todos me abandonaron. ¡Ojalá que no les sea tenido en cuenta! Pero el Señor estuvo a mi lado, dándome fuerzas, para que el mensaje fuera proclamado por mi intermedio y llegara a oídos de todos los paganos. Así fui librado de la boca del león. El Señor me librará de todo mal y me preservará hasta que entre en su Reino celestial. ¡A él sea la gloria por los siglos de los siglos! Amén. 2Tm 4,6-8,16-18
Cuando Pablo escribe esta carta a Timoteo, se encuentra en Roma y tiene poco más de sesenta años. La palabras del texto de hoy, que parecen un testamento espiritual, no fueron dictadas por la edad, cuanto por el hecho de estar sometido a un proceso, que se concluirás después con una condena a muerte. En el tribunal Pablo no se defendió, pero aprovechó de la ocasión para proclamar el evangelio de Cristo: “El Señor estuvo cerca de mí y me dio la fuerza, para que yo pudiera llevar a cumplimiento el Evangelio y todas los pueblos lo escucharan”. En sus palabras no había ninguna tristeza por dejar la vida terrena, sino la alegría del atleta que es consciente de haber compartido la buena batalla… terminado su carrera,… y conservado la fe”. Pablo compara su vida a un sacrificio continuo, que ahora está por consumar con la efusión de su sangre “versado en ofrenda”. En sus palabras no hay ninguna tristeza por tener que dejar la vida terrenal, sino la alegría del atleta que es consciente de haber “combatido una buena batalla… terminado su carrera… conservado la fe”. Pablo compara su vida a un sacrificio continuo que ahora está por consumar derramando su sangre ofrecida como ofrenda en holocausto. En este texto Pablo manifiesta su paz por haber combatido “l buena batalla” de la vida de la manera justa. El riesgo que a veces existe es de no haber combatido de la manera justa, es decir, por objetivos que no tienen significado. Sobre todo se respira la alegría de Pablo por haber conservado la fe, porque ese es el riesgo que cometemos combatiendo la batalla de la vida, perdiendo la fe. Conservando la fe es como el Señor nos dará la “corona de justicia” que para los atletas es una corona de laurel. Los últimos años vividos en la fe, después de haber realizado el proyecto del Señor, pueden ser bellísimos. El escritor latino Plutarco describe la sensación con estas palabras: “Es dulce envejecer con el ánimo honesto, como en compañía de un buen amigo”. Este para mí ha sido un pensamiento rico de imágines: la paz de los ocasos de mi Toscana, cuando el sol desciende detrás de las colinas y se va a dormir en una tarde de invierno, cansado del trabajo, cuando Ana María me espera con una buena cena caliente en la mesa.