XXIV semana del Tiempo Ordinario – Sábado
Jesucristo ilumina il mistero
Jesús les dijo… una parábola:«El sembrador salió a sembrar su semilla. Al sembrar, una parte de la semilla cayó al borde del camino … y se la comieron los pájaros del cielo. Otra parte cayó sobre las piedras y, al brotar, se secó por falta de humedad. Otra cayó entre las espinas, y estas, brotando al mismo tiempo, la ahogaron. Otra parte cayó en tierra fértil, brotó y produjo fruto al ciento por uno». ….Sus discípulos le preguntaron qué significaba esta parábola, y Jesús les dijo: «A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de Dios; a los demás, en cambio, se les habla en parábolas, para que miren sin ver y oigan sin comprender. La parábola quiere decir esto: La semilla es la Palabra de Dios. Los que están al borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el demonio y arrebata la Palabra de sus corazones, ….Los que están sobre las piedras son los que reciben la Palabra con alegría, apenas la oyen; pero no tienen raíces: ….Lo que cayó entre espinas son los que escuchan, pero con las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, se van dejando ahogar poco a poco, y no llegan a madurar. Lo que cayó en tierra fértil son los que escuchan la Palabra con un corazón bien dispuesto, la retienen, y dan fruto. Lc 8,4-15
Al que sabe escuchar se le confía el misterio del reino de Dios, a los demás se le comunica en parábolas “para que viendo no vean y escuchando no comprendan”. Para estos las parábolas resultan impenetrables. Sólo los que hacen la voluntad del Padre y se ponen a la secuela del Seño, reciben la luz para penetrar en el misterio de la vida. También esta es una parábola larga que el mismo Señor nos revela. Es como la nube que acompañaba a Israel por el desierto a la salida de Egipto: “La nube era oscura para unos (los egipcios) mientras que para los demás (los judíos) iluminaba la noche” (“Ex. 14,20). Para los que se ponen a la secuela del Señor, Él mismo es la luz que ilumina el misterio de la vida. Me recuerda cuando era joven e iba a pescar con el tío Pepe, éntrelos escombros del mar de Castiglioncello. En una mano llevaba una lámpara de aceite y en la otra la va vara para pescar. La lámpara atraía a los pescados encandilados, y se detenían de frente a nosotros, y nosotros los podíamos pescar con facilidad. Sucede lo mismo con el misterio de la vida: iluminado por la luz de Cristo, comprendemos mejor el misterio. Pero para quien no lleva la lámpara, el mundo es oscuro e incomprensible. Siguiendo al Señor la ciudad no necesita la luz del sol ni de la luna, ya que la gloria de Dios la ilumina. (Apoc. 21,23). Es lo que me sucedía cuando iba con el tío Pepe cuando iba a pescar en las noches de verano.