XXIV semana del Tiempo Ordinario – Domingo
La salvación es individual
Jesús les dijo entonces esta parábola: «Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: «Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido»…. Y les dijo también: «Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: «Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido»…..Jesús dijo también: «Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: «Padre, dame la parte de herencia que me corresponde». Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa….. Entonces recapacitó y dijo …. «Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros». Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó….. Pero el padre dijo a sus servidores: «Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos. Lc 15,3-23
“Silvia, ¿qué haces aquí?. “Déjame, papá, yo estoy perdida”. “Tú no estás perdida, porque yo te amo todavía, te amo más que antes”. Silvia y mi amigo Ivan permanecieron abrazados en la calle llorando juntos. Esta escena tuvo lugar hace treinta años, en una noche de invierno, en una banqueta de la periferia de Milán. Silvia, un año antes, había abandonado la casa paterna y, después de haber frecuentado amistades malas, se había dado a las drogas. Para poder comprar la droga diaria, se había dado a la prostitución, al servicio de una protector que todos los días la golpeaba para que aumentara las entradas. Ahorita Silvia es esposa feliz y madre de dos hijos casados, que le dieron cuatro nietos. Hace treinta años, sin embargo, para ir en busca de su hija Ivana había dejado el cuarto hijo al cuidado de la madre y había recorrido durante un mes el mundo de la droga y de la prostitución.
Este recuerdo me viene a la mente siempre que medito las tres parábolas del texto del evangelio de hoy, porque Ivan, en aquella situación, había obrado verdaderamente como el Señor, quien para salvar a una persona, deja a las demás en un lugar seguro, para ir a buscarla. Y al final termina haciendo una fiesta: “Alégrense conmigo, porque he encontrado la oveja, que se había perdido”… “Agarren al becerro gordo, mátenlo, comamos y hagamos fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado”. Es cierto que el mensaje del Evangelio está destinado a todos los hombres, pero la liberación y la salvación que trae consigo, son individuales. Podemos decir que el Señor tiene una relación privilegiada con todos, y tiene alguna preferencia ésta es por los pecadores. Pensemos ahora a la escena de la crucifixión. Entre aquella multitud judíos que lo quieren ver morir crucificado, romanos que hacen su trabajo, los apóstoles que se esconden por el miedo, y cuatro personas al pie de la cruz, Él anuncia la salvación solamente al ladrón arrepentido: “En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso. (Lc 23,43). En aquel momento en que está muriendo por la salvación de todos los hombres, de todo tiempo y lugar, Él se siente feliz por la salvación de un solo hombre que se había perdido y había sido encontrado. Los demás han buscado la manera de salvar al mundo por caminos diferentes a la cristiana, ya sean filosofía, ideología o revoluciones. Sólo el Señor obra la salvación de todos y cada uno.