XXIII semana del Tiempo Ordinario – Lunes
El misterio revelado a Pablo
Ahora me alegro de poder sufrir por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia. En efecto, yo fui constituido ministro de la Iglesia, porque de acuerdo con el plan divino, he sido encargado de llevar a su plenitud entre ustedes la Palabra de Dios, el misterio que estuvo oculto desde toda la eternidad y que ahora Dios quiso manifestar a sus santos. A ellos les ha revelado cuánta riqueza y gloria contiene para los paganos este misterio, que es Cristo entre ustedes, la esperanza de la gloria. Nosotros anunciamos a Cristo, exhortando a todos los hombres e instruyéndolos en la verdadera sabiduría, a fin de que todos alcancen su madurez en Cristo. Por esta razón, me fatigo y lucho con la fuerza de Cristo que obra en mí poderosamente. Sí, quiero que sepan qué dura es la lucha que sostengo por ustedes… Col 1,24-2,1
En este texto de la Carta a los Colosenses, San Pablo nos revela el “misterio escondido desde hacía muchos siglos y de muchas generaciones”. Este es el misterio: Cristo ha muerto y resucitado por todos los hombres, por los hebreos y por los paganos. «Es por eso que nosotros – dice Pablo – anunciamos y amonestamos a todo hombre y lo instruimos con toda sabiduría, para convertirlo en hombre perfecto en Cristo». Es decir, el hombre de toda raza y de todo tiempo llega a su perfección en la medida que progresa en la fe en Jesucristo y se pone a su secuela por un camino humano y cristiano. Es este el misterio que no ha sido revelado, con tanta clareza, a nadie más que a Pablo. Tal vez algo había intuido el profeta Ocías, cuando hablaba del “siervo de Yavhé”. «No todos estaban perdidos como un rebaño, sino que seguía su propio camino; El Señor hizo recaer sobre Sí mismo la iniquidad de todos nosotros» (Is 53,6).
Es maravilloso que Cristo haya muerto en el Calvario para salvar «a todos nosotros», hombres de todo lugar y de todo tiempo. Es un misterio de amor que debemos contemplar en silencio, en adoración a la cruz, porque de ahí nace la obligación de evangelizar. “Por esto dice San Pablo – trabajo y lucho, con la fuerza que me viene de Él y que obra en mí con fuerza”. Es la batalla por el anuncio del evangelio. De este misterio, hoy San Pablo nos anticipa un aspecto que se refiere a la Iglesia y a todo cristiano: «Quiero que sepan ustedes la dura lucha que sostengo por ustedes». La misión es empeño y a veces sufrimiento, pero es la más elevada forma del amor que podemos ofrecer al prójimo. Es un misterio del cual, movidos por San Pablo, hemos querido hablar, porque, conociéndolo, podemos soportar con alegría las pequeñas cruces de cada día, a través de las cuales nos convertimos en «corredentores» de Cristo, para provecho de aquellos que encontramos en nuestro camino.