ESFL236

XVII semana del Tiempo Ordinario – Sábado

Cuando la muerte es un triunfo

En aquel tiempo, la fama de Jesús llegó a oídos del tetrarca Herodes, y él dijo a sus allegados: «Este es Juan el Bautista; ha resucitado de entre los muertos, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos». Herodes, en efecto, había hecho arrestar, encadenar y encarcelar a Juan, a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, porque Juan le decía: «No te es lícito tenerla». Herodes quería matarlo, pero tenía miedo del pueblo, que consideraba a Juan un profeta. El día en que Herodes festejaba su cumpleaños, la hija de Herodías bailó en público, y le agradó tanto a Herodes que prometió bajo juramento darle lo que pidiera. Instigada por su madre, ella dijo: «Tráeme aquí sobre una bandeja la cabeza de Juan el Bautista». El rey se entristeció, pero a causa de su juramento y por los convidados, ordenó que se la dieran y mandó decapitar a Juan en la cárcel. Su cabeza fue llevada sobre una bandeja y entregada a la joven, y esta la presentó a su madre. Los discípulos de Juan recogieron el cadáver, lo sepultaron y después fueron a informar a Jesús.. Mt 14,1-12

La muerte de Juan el Bautista, en su absurda dramaticidad, nos da la ocasión de reflexionar sobre el hecho que el hombre de Dios goza de todas las precauciones celestiales por el tiempo necesario para realizar su misión, pero cuando ésta terminó, aún una cosa banal, como la danza de una muchacha, puede ser un motivo suficiente para poner fin a su existencia. También para Jesús será igual: al finalizar su misión los eventos se precipitaron y se llegó al momento de la cruz. Hace un año la televisión  trasmitió el epílogo de la vid del Papa Juan Pablo II. Al principio su pontificado parecía indestructible, pero en un cierto momento la arena de su clesidra comenzó a bajar cada vez más rápido y al final se fue, dejándonos en los ojos la imagen de aquel evangelio que el viento del Espíritu Santo soplaba sobre su ataúd en la Plaza de San Pedro. Así fue también para el abuelo Mario, para la abuela Rita, para el abuelo Renzo, y para la abuela Beta; y lo mismo será para nosotros, cuando el Señor juzgará que nuestra misión está terminada. Parecen eventos trágicos, pero en realidad son estupendos, como lo es la carrera por las medallas en las olimpiadas, donde, al final, cada quien se siente y es vencedor, si a través de la vida gasta todas sus energías que podía gastar. Si el Señor nos da la gracia de concebir la vida y el tiempo che se nos da en una prospectiva eterna, aunque la muerte parezca un triunfo. Y aquella cabeza de Juan el Bautista que la muchacha entrega a su madre Herodíades, se convierte en un símbolo de un triunfo, como una medalla de oro en las Olimpiadas.

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