25 de Julio – Santiago Apóstol
La fuerza del espíritu
Pero nosotros llevamos ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios. Estamos atribulados por todas partes, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados. Siempre y a todas partes, llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Y así aunque vivimos, estamos siempre enfrentando a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De esa manera, la muerte hace su obra en nosotros, y en ustedes, la vida. Pero teniendo ese mismo espíritu de fe, del que dice la Escritura: Creí, y por eso hablé, también nosotros creemos, y por lo tanto, hablamos. Y nosotros sabemos que aquel que resucitó al Señor Jesús nos resucitará con él y nos reunirá a su lado junto con ustedes. Todo esto es por ustedes: para que al abundar la gracia, abunde también el número de los que participan en la acción de gracias para gloria de Dios. 2Co 4,7-15
Es tan grande lo que los hombres de Dios realizan en sus vidas que no se puede que exultar por el poder del Espíritu Santo que los anima. Basta pensar en Pablo, Pedro, Daniel Comboni, en la Madre Teresa de Calcuta, los últimos Pontífices, para tocar con la mano el hecho que el Espíritu Santo haga cosas extraordinaria sirviéndose de personas que, cuando son llamadas por el Señor, eran normales. Yo lo puedo todo –dice San Pablo – en Aquél que me conforta” (Flp 4,13). Es el poder de aquel tesoro que, en la lectura de hoy, está contenido a “vasos de Barro”. Para estas personas en las que el Señor obra poderosamente, todo es fácil y al mismo tiempo difícil, porque el demonio hace hasta lo imposible para que las obras de Dios no se realicen. Hay un precio que pagar también. “estamos atribulados por todas partes, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados. Siempre y a todas partes, llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Son personas que nunca se detienen, no se desaniman nunca, estás siempre en pie como los títeres que tienen la base redondeada de plomo que les permite volver a la posición de pie., aun cuando se trataba de echarlo abajo. Son personas invencibles, porque están animadas por el Espíritu de Cristo y obran siempre a beneficio de los demás, con el resultado – como dice San Pablo – que en ellos obra constantemente la muerte y en los demás la vida. Es el mismo misterio del amor de Dios que, en Jesús de Nazaret, se ofrece sobre la cruz para que nosotros, cada día,, podamos vivir la vida nueva. Si fuera todavía necesaria una prueba que Jesús es verdaderamente – como dijo el centurión al pie de la cruz –el Hijo de Dios, estas personas nos la ofrecen todos los días, cada momento: con las palabra, con las acciones, con los gestos, con los ojos, con la sonrisa.