ESFL219

XV semana del Tiempo Ordinario – Jueves

Tiempo de vacaciones y de reposo

Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.Mt 11,28-30

Llegó el verano, termina el año laboral y en unos días vamos a pasar un mes de vacaciones en la casa de Castiglioncello. Partiremos dos días después de que se case Lisalberta. En este ambiente de preparación para la boda y de tantas cosas que hacer antes de la salida, nos llega esta página del Evangelio de hoy: «Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré». Sin lugar a duda, el Señor ha marcado el programa de las vacaciones: paseos por el mar y la Misa por la mañana, algo de natación, comidas consumidas con alegría con hijos y nietos bajo los árboles del jardín, un poco «de la meditación, oración y un paseo por la noche junto al mar. Durante los días de sol que nos esperan, será importante dedicar tiempo a Dios, para transformar las vacaciones tan normales en un verdadero reposo en el espíritu.

Hoy, sin embargo, nos pide que vayamos a él constantemente durante todo el año, para orar, para escuchar la palabra de Dios, para recibir la Eucaristía, con la que también recibimos el yugo de sus cosas, que es mucho más ligero que el resto de los otros yugos. Cuando, durante la oración de la mañana, le preguntamos por qué motivo el yugo del Señor por es suave y su carga ligera, la respuesta es siempre la misma: «Porque mi yugo y mi carga dan un sentido eterno a la vida, y sabiendo esto no se siente más el cansancio». Es la fatiga del judío piadoso, que subía a Jerusalén para la fiesta Pascua con alegría. Al final del viaje, con el corazón ligero y las piernas cansadas, veía Jerusalén, allá arriba, y comenzaba a recitar el Salmo 121: «Levanto mis ojos a las montañas: ¿de dónde me vendrá la ayuda? La ayuda me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra» (Sal 121,1-2). Y teniendo esto en cuenta también el último esfuerzo de ir a Jerusalén era una alegría. Es el cansancio alegre de la persona de fe, acercándose gradualmente a la meta, acepta el yugo y la carga del Señor con la mansedumbre y la humildad del corazón.

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