ESFL168

VII semana de Tiempo Ordinario – Viernes

El matrimonio

Después que partió de allí, Jesús fue a la región de Judea y al otro lado del Jordán. Se reunió nuevamente la multitud alrededor de él y, como de costumbre, les estuvo enseñando una vez más. Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?». El les respondió: «¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?». Ellos dijeron: «Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella». Entonces Jesús les respondió: «Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer.Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre. y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido». Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto. El les dijo: «El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio». Mc 10,1-12

En los últimos años la secularización ha escavado muy profundamente en la sociedad y, desgraciadamente también en el mundo católico. Ya no hace escándalo el divorcio, ni tampoco las parejas de facto, y comienzan a no dar escándalo ni las parejas homosexuales. Pero Jesús nos dice que, en materia de matrimonio, una cosa es la ley y otra el proyecto de Dios en el hombre y la mujer. Esta gente, que aparece seguido en el evangelio y que no se identifica ni con los seguidores ni con los adversarios de Jesús, representa al mundo que no se decide a seguir el evangelio, quedando abierto a él, pero lo recibe sólo parcialmente. En aquellos tiempos se aceptaba el divorcio según las restricciones fijadas por los rabinos, pero estas habían sido concedidas – dice Jesús. “por la dureza de sus corazones”. Moisés, como los legisladores de todos los tiempos y lugares, había promulgado estas normas teniendo en cuenta la dureza de corazón de su pueblo y la influencia de los reglamentos culturales y sociales. Pero llegado el tiempo mesiánico, hemos regresado al concepto de matrimonio y de familia como habían existido al tiempo de la creación. Para la Iglesia, como para Jesús, el matrimonio es indisoluble, y basta. Cada quien es libre de hacer lo que piensa, pero nadie puede cambiar la voluntad divina por la suya. Para darnos cuenta de la importancia de estea argumento, basta pensar que hay solamente dos realidades instituidas por Dios: la familia y la iglesia. La familia viene antes que la Iglesia. Pero la realidad contemporánea está llena de insidias y de peligros, y mantener siempre el matrimonio cristiano siempre joven no es fácil. Existe sólo un modo para eso: orar siempre. Sólo con la oración una familia reconstruye la familia cada día, en el amor de Dios, aquella unión maravillosa que existía al principio de la humanidad. 

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