ESFL157

V semana del Tiempo Ordinario – Sábado

La Eucaristía, nuestra esperanza

En esos días, volvió a reunirse una gran multitud… Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no  tienen qué comer. Si los mando en ayunas a sus casas, van a desfallecer en el camino, y algunos han venido de lejos». Los discípulos le preguntaron: «¿Cómo se podría conseguir pan en este lugar desierto para da rles de comer?».el les dijo: «¿Cuántos panes tienen ustedes?». Ellos respondieron: «Siete». Entonces él ordenó a la multitud que se sentara en el suelo, después tomó los siete panes, dio gracias, los partió y los fue entregando a sus discípulos…. Ellos los repartieron entre la multitud. Tenían, además, unos cuantos pescados pequeños, y después de pronunciar la bendición sobre ellos, mandó que también los repartieran. Comieron hasta saciarse y todavía se recogieron siete canastas con lo que había sobrado. Eran unas cuatro mil personas. Luego Jesús los despidió. Mc 8,1-9


Al principio de los tiempos, Dios dijo al hombre y a la mujer apenas creados: «Yo les doy todas las plantas que producen semilla sobre la tierra, y todos los árboles que dan frutos con semilla: ellos les servirán de alimento.Y a todas la fieras de la tierra, a todos los pájaros del cielo y a todos los vivientes que se arrastran por el suelo, les doy como alimento el pasto verde” (Gn 1,29-30).
Es el mandato para el uso y para la condivisión de los bienes de la naturaleza.
Abrimos el periódico y leemos: guerras, atropellos, crisis enegética, hambre, inflación, recesión, despidos, huelgas, golpes de estado, atentados, secuestros, extorsiones, sobornos, robos, crisis de la vivienda y así sucesivamente. ¿Qué pasó? Desde que Caín mató a su hermano, es una sucesión de egoísmos y de abusos. La  condivisión ha casi desaparecido de la tierra. En este contexto histórico, hoy nos encontramos con el segundo milagro de la multiplicación de los panes con la que Jesús anticipa como un depósito de seguridad del pan  cotidiano y del de la Eucaristía que cada día encontramos en nuestras vidas. A nuestra torpeza para entender el mandato de la condivisión, el Señor sigue oponiendo una generosidad cada vez mayor: «Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no  tienen qué comer» Nuestra esperanza de poder continuar a recibir el pan eucarístico y de lograr compartir el pan cotidiano tiene sus raíces en esta  «compasión» del Señor para con nuestras pobrezas. Él no tiene en cuenta nuestro egoísmo, sino que nos viene al encuentro con amor divino. Al final el Señor logrará vencer toda resistencia humana, porque Él no se cansa nunca de amar. Es como jugar al tenis contra la pared: gana siempre la pared. Hoy estamos todavía muy lejos de la liberación del pan de cada día, pero si seguimos condividiendo el pan eucarístico,  al final el egoísmo caerá como el muro de Berlín. Cada vez que participamos a la Eucaristía brilla ante nuestros ojos un futuro de gloria, y la noche, en la que todavía vivimos, se ilumina con un resplandor improviso: es la esperanza  que renace desde el pan partido por Cristo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *