IV semana de Tiempo Ordinario – Viernes
El destino del testigo y de la Iglesia
Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado. Porque Juan decía a Herodes: «No te es lícito tener a la mujer de tu hermano». Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía, porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea. La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras y te lo daré». Y le aseguró bajo juramento: «Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino». Ella fue a preguntar a su madre: «¿Qué debo pedirle?». «La cabeza de Juan el Bautista», respondió esta. La joven volvió rápidamente adonde estaba el rey y le hizo este pedido: «Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista». El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla. En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan. El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y esta se la dio a su madre. Mc 6,17-28
El pasaje de hoy nos presenta la figura de Juan el Bautista, el que sigue a Jesús precediéndolo. Él, además de ser el testimonio del Mesías por excelencia, anticipa su misión y su muerte: «Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan….El no era luz, sino el testigo de la luz” (Jn 1, 6-8). El testigo no constituye la verdad, sino que la anuncia:esto vale para el tiempo de Juan, como también para hoy. Él da testimonio de lo que le ha sido confiado y de lo que vio él mismo en persona. El testimonio de Jesucristo es una persona incómoda, porque es la conciencia crítica de la sociedad y a veces incluso de la misma Iglesia.Él defiende los derechos de Dios y del hombre, denuncia las injusticias y las hipocresías, y toma la defensa de la justicia y de la libertad. Como hizo Juan con Herodes, el testigo, incluso a costo de su propia vida,en el momento oportuno levanta su dedo y dice: «No te es lícito» Son tomas de posiciones que se pagan caro, cómo las pagó el Bautista, pero de las cuales no se puede prescindir,a riesgo de perder la propia credibilidad y la fuerza del testimonio.Ser testigos del Evangelio quiere decir estar siempre en conflicto con los poderes constituídos para abrazar la causa de los pobres y de los más necesitados. El testimonio de Juan anticipa y predice el de Jesucristo y el de la Iglesia. Incluso la Iglesia, para ser creíble, debe ser incómoda y perseguida: es el destino y la lógica de toda la historia de la salvación y de todos los verdaderos testigos.