II semana del Tiempo Ordinario – Jueves
Es la hora de los pobres
Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, y lo siguió mucha gente de Galilea.Al enterarse de lo que hacía, también fue a su encuentro una gran multitud de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de la Transjordania y de la región de Tiro y Sidón. Entonces mandó a sus discípulos que le prepararan una barca, para que la muchedumbre no lo apretujara. Porque, como curaba a muchos, todos los que padecían algún mal se arrojaban sobre él para tocarlo. Y los espíritus impuros, apenas lo veían, se tiraban a sus pies, gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!». Pero Jesús les ordenaba terminantemente que no lo pusieran de manifiesto. Mc 3,7-12
En las ciudades y ambientes importantes de la Galilea habían decidido de matar a Jesús y estaban buscando la ocasión para poner en práctica este plan. De ahora en adelante su misión, hasta que no se dirigirá decididamente a Jerusalén, se llevará a cabo en lugares solitarios y a lo largo del lago; no por miedo de sus enemigos, sino por el deseo de estar con su gente. De hecho, mientras que los notables permanecen en la ciudad para ocuparse de sus negocios y a participar a las oraciones en la sinagoga, los pobres, los enfermos y los pecadores siguen a Jesús donde quiera que vaya. Se empieza así a formar el primer embrión de la Iglesia. Este pasaje del evangelio recuerda el nacimiento de la Renovación Carismática. En enero de 1967,un grupo de estudiantes de teología de la Universidad de Duquesne,Estados Unidos, no encontrando en sus estudios y en la vida de todos los días, el Espíritu que aleteaba sobre la primera Iglesia, descrita en los Hechos de los Apóstoles, decidieron de pasar un fin de semana en oración.
Después de casi dos días en los que estaban rezando e invocando el Espíritu Santo – nos dijo Kevin Ranaghan que había participado al encuentro – en un momento empezaron a sentir algo extraordinario: un gran amor los unos por los otros, acompañado por un deseo irreprimible de alabar al Señor y de cantar. Hubo manifestaciones proféticas, algunos comenzaron a hablar en lenguas desconocidas y misteriosas, como sucedió al comienzo de la Iglesia, y en todos reinaba una gran alegría y una gran paz interior. En poco tiempo surgieron grupos similares en los Estados Unidos y más tarde en Europa, en México y en América Latina. En pocos años, como un fuego que se propaga en la sabana, muchas personas, incluídas hasta las no muy frecuentadoras de las parroquias, empezaron a reunirse en grupos de oración, cantando y alabando al Señor, pidiendo a menudo de ser sanados de una enfermedad, o liberados de situaciones negativas en las que se econtraban. Muchas oraciones fueron escuchadas y ellos daban testimonio de lo que el Espíritu había realizado en ellos.Fue un gran soplo del Espíritu Santo, que se produjo inicialmente fuera de las parroquias, en las que después la gente se insertó, llevando una notable contribución de alegría y de alabanza en la liturgia y en la vida parroquial.