II semana del Tiempo Ordinario – Lunes
La Fiesta Mesiánica
Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos, fueron a decirle a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacen los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos?». Jesús les respondió: «¿Acaso los amigos del esposo pueden ayunar cuando el esposo está con ellos? Es natural que no ayunen, mientras tienen consigo al esposo. Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán. Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!». Mc 2,18-22
«Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mc 2,17), había dicho Jesús en el versículo que precede el Evangelio de hoy en día. Los llamados justos, aquellos que simplemente cumplen con las normas legales y ayunan, no aceptaron la persona de Jesús como el Mesías que habría satisfecho sus expectativas mesiánicas. En la escena del pasaje de hoy, los justos ayunan todos: los fariseos porque anclados en el pasado y los discípulos de Juan porque esperan todavía en una salvación futura.
Sólo los pecadores, que en la persona de Jesús de Nazaret han recibido el amor de Dios que los ha alcanzado y perdonado,viven en un ambiente de fiesta. Esta escena nos muestra el verdadero aspecto del Evangelio de Jesús: el matrimonio entre Dios y el hombre, que ahora de nuevo vuelve a moverse con la espontaneidad original en el nuevo horizonte del amor de Dios. El amor renueva todo, crea todo completamente nuevo. El «vino nuevo» de su amor, que nos es dado en Cristo Jesús, es tan abundante y burbujeante que no puede ser contenido en los odres viejos del pasado.
No se puede comprimir el evangelio en las viejas reglas de la sabiduría humana. Es, como dice Pablo, «una locura», que no sigue el sentido común. La alegría misma, no tiene el mismo sentido, o está en un nivel tal que no tiene necesidad de reglas,de odres o de vestidos viejos.
En el banquete mesiánico, que describe el pasaje de hoy, se abren » un cielo nuevo y una tierra nueva» (Is 65,17): no nos podemos presentar con vestidos viejos arreglados con algún parche nuevo, hay que vestir los vestidos nuevos de la fiesta. Nosotros damos una idea de este clima mesiánico en los almuerzos del domingo, cuando nos encontramos todos juntos a festejar en nuestra casa. Durante la semana trabajamos y nos empeñamos en nuestras actividades, pero el domingo festejamos,sin mirar demasiado a las normas, incluso las alimentarias, sistemáticamente violadas por las entradas de frito mixto. Y si bebemos un vaso de vino de más: ;paciencia! La fiesta es fiesta.