I semana de Adviento – Lunes
La Fe del Centurión
Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión, rogándole: «Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente». Jesús le dijo: «Yo mismo iré a curarlo». Pero el centurión respondió: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: “Ve”, él va, y a otro: “Ven”, él viene; y cuando digo a mi sirviente: “Tienes que hacer esto”, él lo hace». Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: «Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe. Mt 8,5-11
La figura del centurión parece ser más bien una página de historia que una página del evangelio. Él no es llamado por su nombre, sino por su rol militar, que nos trae a la mente uno de los imperios más que han existid, la fuerza y el orgullo de un ejército vencedor, en contraste con la debilidad de un pueblo vencido y ocupado. Sin embargo nuestro ánimo no siente ninguna aversión hacia ese hombre armado, porque sus palabras son inspiradas por la fe en el Señor y por la caridad fraterna hacia su siervo enfermo. Nuestras categorías con las cuales juzgamos a una persona se ven invertidas.
El centurión es un Oficial del ejército ocupante, uno de los conquistadores, pero sabe reconocer su indignidad de recibir a Jesús como Salvador. Pide a Jesús que cure a su criado con humildad, con una lógica descomunal, comparando su propia autoridad con el poder taumaturgo de Jesús sobre el mal. Y Jesús no solamente le concede la curación, sino que también lo muestra como ejemplo a los presente por su humildad y su fe. Esa fe que puede arrancar milagros de Dios se puede ocultar baja la armadura militar de un soldado y secarse en todo aquel que hace las cosas por rutina. Es por esto tal vez que sus palabras suena dulces en nuestro oídos y la Iglesia las repite en la Santa Misa antes de la comunión: “Señor, yo no soy digno que entres mi casa, pero di una sola palabra y quedaré curado”.