ESFS125

XXXIII semana del Tiempo Ordinario – Domingo

Reflexiones sobre el final de los tiempos

En ese tiempo, después de esta tribulación, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte. Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta. Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre.»Mc 13,24-32.

Hoy nos encontramos delante de la página apocalíptica más importante de las Sagradas Escrituras, porque Jesucristo, Hijo de Dios y Dios Él mismo, nos habla del fin del mundo, del tiempo y de la historia. El mundo con todo el hormiguero de personas que van y vienen, vive en la angustia y en la desesperación más profunda, porque no entiende el sentido último de la existencia humana y de la historia. Solo el hombre de fe sonríe tranquilo, porque sabe a dónde va él y el mundo. La visión apocalíptica de los primeros versículos es aparentemente trágica, pero es gozosa para el hombre de Dios, como los dolores del parto los son para la mujer: más allá de sus sufrimientos ella ve la vida nueva del hijo que está por nacer. ¿De dónde le viene al hombre de fe la esperanza que le permite vivir las escabrosas situaciones de la historia y las apocalípticas descritas en el texto de hoy? Nace de la fe en Jesucristo crucificado. Desde lo alto de la cruz es donde se realiza la plenitud de la revelación de un Dios-Amor que si entrega totalmente a los hombres en la persona de Jesús de Nazaret. La segunda venida, de la que el Nuevo Testamento nos habla con frecuencia, se realizará en el tiempo escatológico, aunque en el momento de ser  aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán». De este aparente error temporal han sido dadas varias explicaciones, pero a nosotros nos parece que el motivo hay que buscarlos en la invitación de la vigilancia, que cada quien está llamado a vivir en el contexto histórico de su existencia: » Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana»(Mc 13,35). En otras palabras, el acento de Jesús en “esta generación” se debe interpretar en sentido existencial y universal, no temporal: cada ser humano está llamado a leer la historia a la luz del evangelio,  para entender los signos de la obra de Dios, sin pretender de entender los tiempos. Es esto lo que sucede en la vida de cada uno de nosotros: vivimos un proyecto de vida en una parábola de tiempo, cuyo fin no está en nuestras manos. Como en un cierto momento, el Señor nos llama a Él, del mismo modo llamará a la creación, el tiempo y la historia desde donde hemos salido: Dios.

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